Hay días en los que nada sale terriblemente mal, pero tampoco sale bien. Todo es parco, simple, insípido, todo es la lenta caída de una gota de sudor sobre un teclado resentido por tanto uso. Viene el sueño, la gula, la necesidad de salir corriendo a comprar algo refrescante, qué se yo un traje de baño y un par de boletos directo hacia la playa.
Es difícil. Llegar o irte es casi lo mismo, uno sonríe como por inercia y mira envidiosamente a las interminables filas de niños que ya traen adentro de las pupilas la imagen de sus vacaciones. DOS semanas de libres. ¿Qué haría yo con dos semanas de tiempo libre?
No tengo dos semanas, no tengo planes ni esperanza de que las cosas vayan a ponerse más frescas en esta sartén gigante llamado Ciudad de México. Nos queda disfrutar del letargo, dejar que las cosas pasen a su propia velocidad. ¿Alguna vez ha caminado lento a las 8 de la mañana en alguna ruta atestada de oficinistas? Es un placer que no se paga con dinero.
Tomemos el tiempo. Pongamos una canción no muy rápida pero con swing. Encendamos un cigarro, y disfrutemos el resto de la tarde…libres.